Es común escuchar quejas porque otros no cumplen las reglas, “ellos nunca sacan la basura a tiempo” “esos no respetan el semáforo” “ese lugar tiene mucho ruido” “esa obra trabaja sin licencia” sin embargo, no es común que las personas reconozcan que ellos mismos no cumplen las reglas de convivencia básica: “la música no está duro, es que el vecino cansa mucho” “pero cual es el problema, no viene ningún carro, me puedo pasar” “yo no puedo esperar todo el día a que pase la basura”
También hemos escuchado bastante acerca del famoso dicho “hecha la ley, hecha la trampa”, es todo un logro demostrar que podemos violar una ley recién creada o una regla recientemente acordada. Pero como en el cuento del vivo-bobo, parecemos olvidar que esas pequeñas o grandes trampas con la cuales buscamos nuestro beneficio sin importar a quien afectemos, se convierten en nuestro mayor problema, presente o futuro.
El contrato social básico con el cual construimos la sociedad se rompe a diario y por eso los costos de transacción en nuestra sociedad son tal altos, no confiamos en nuestro interlocutor y por eso pedimos pruebas, soportes y arras, pedimos que nos demuestren que podemos confiar, aunque al final sigamos desconfiando, por eso existen autenticaciones, firmas, sellos, todos ellos costosos y seguramente inútiles si pudiéramos confiar.
Pero romper la regla se hizo común, tal como lo dice Luis Jorge Garay, no tanto porque genere beneficios sino porque no existe un costo moral con el que la sociedad penalize esas acciones ilícitas, por el contrario, parece premiarse a aquel que más beneficio individual logre de quebrantar la norma.
En el caso de la cotidianidad, esta actitud parece ser más común o más permitida, un cierto desprecio por las normas de convivencia han hecho que la vida en sociedad sea cada vez más difícil. En una localidad pequeña pero diversa como Chapinero, este fenómeno se ve muy claramente en el día a día, un comerciante abre su local en un sector residencial, un constructor inicia una obra sin licencia, un vecino decide que sus vecinos pueden soportar la música muy alto y un residente decide que su basura puede estar en la calle a cualquier hora.
Pequeñas cosas, problemas sin importancia, frente a un país en conflicto en el que diariamente mueren cientos o miles de personas, frente a eso, este tipo de situaciones parecen ridículas, realmente irrelevantes, pero es la cotidianidad la que define nuestra convivencia y es nuestra capacidad de convivencia la que define nuestra ciudadanía, como podemos llamarnos ciudadanos cuando no podemos respetar las minimas normas de la sociedad.
La diversidad sólo puede ser sostenible con unas reglas de juego claras, concertadas pero respetadas por todos y todas, o de lo contrario la ley que imperará será la del más fuerte y en ese escenario no pueden existir las minorías ni los diferentes ni los vulnerables.
Por eso no es menor lograr el respeto de la norma cotidiana, por eso no es absurdo hablar de la señal de transito y del espacio público en un país en conflicto, sólo construyendo un escenario de convivencia con reglas de juego claras, se podrá hablar de una democracia sana, que promueve su diversidad y protege a sus minorías.
sábado, 12 de julio de 2008
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